Tacalcuse (La Gomera)

Deliciosa aldea cobijada bajo la visera de una pared de roca volcánica en la margen izquierda del barranco de Chinguarime, en el sureste de la isla.
Ubicada a 700 metros de altitud y perteneciente al ayuntamiento de San Sebastián de la Gomera (hasta mediados del siglo XIX pertenecieron al ayuntamiento de Jerduñe), tres casas conformaron el lugar, aunque solo dos llegaron habitadas a los últimos años de vida.
Solamente andando o en caballería se podía llegar hasta la aldea. Una hora y cuarto caminando tenían hasta Jerduñe. Tres horas a San Sebastián y otro tanto a Playa Santiago.
Nunca llegó la luz eléctrica a Tacalcuse. Las lámparas de aceite, las velas y luego los quinqués fueron sus fuentes de iluminación.
Sus escarpadas tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada, garbanzos y chícharos. Tenían molinillos caseros para moler el grano con el que elaboraban el gofio. Más tarde iban a Jerduñe donde pusieron un molino con motor eléctrico.
Las ovejas y las cabras se repartían el volumen ganadero. También contaban con vacas para las faenas del campo, así como los burros, imprescindibles para los desplazamientos y la carga.
Uno o dos cerdos según el año se sacrificaban en época de matanza.

Argodey
Camino de la Casa del Lomo
Cañada de Tacalcuse
Cuevas de Tacalcuse
El Lomito
Guelele
Lomo de Seima
Los Almacigos
Llano de la Cruz
Misa
Punta de la Aguililla
Roque de los Caracoles
Tamisquerche

**Son algunos topónimos de Tacalcuse que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron la aldea**

Para los oficios religiosos y entierros tenían que desplazarse a la Villa (San Sebastián).
Cirilo, el cartero venía desde San Sebastián, dejaba la correspondencia en Jerduñe y la que hubiera para Tacalcuse algún vecino se la llevaba.
A la capital iban también para ir al médico o para asuntos administrativos.
"Había un taxista, Vidal, que hacía tres veces por semana el trayecto entre la Villa y Jerduñe. Cuando alguien tenía que ir a algún especialista o a temas de papeleo le llamaban para acordar fecha. Los de Tacalcuse venían hasta Jerduñe a coger el taxi". RAMONA DARÍAS.

Los niños en edad escolar hacían el trayecto diario hasta Jerduñe.
Se desplazaban a la Villa y a Playa Santiago a vender quesos, cebada, millo, chícharos, higos porretas, higos tunos o ramas de balo. En ocasiones era intercambio por pescado, azúcar o café.
Había una tienda pequeña en Jerduñe (la de José Cabrera) donde se podían abastecer de los productos más básicos. Venían mujeres andando desde Playa Santiago a vender diversos tipos de pescado.
En Jerduñe o en las casas de Contreras había bailes dominicales. A ellos se desplazaban los jóvenes de Tacalcuse buscando un poco de diversión.

El aislamiento que tenían, las malas comunicaciones y las dificultades de seguir viviendo en un medio tan abrupto con carencia de servicios básicos y tan lejano de todo hizo que las dos familias que residían en Tacalcuse cogieran el camino de la emigración. Y se fueron para donde emigraban la mayor parte de los gomeros: a la isla de Tenerife. Los de Tacalcuse lo hicieron al pueblo costero de Alcalá en el municipio de Guía de Isora. Hecho que sucedió en los años 90.

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Informante: Ramona Darías, antigua vecina de Jerduñe (Conversación personal mantenida en su casa de San Sebastián de la Gomera).

Visita realizada en julio de 2025.

Punto y aparte. Maravillosa isla de La Gomera, maravilloso el enriscado sendero del barranco de Chinguarime y maravilloso lugar esta pequeña y escondida aldea de Tacalcuse. ¡Qué más se puede pedir en una excursión!
Apenas está saliendo el sol cuando salgo de Jerduñe en busca de esta recóndita aldea de Tacalcuse. El sendero que empieza entre fincas de cultivo pronto va cogiendo altura en la ladera del barranco de Chinguarime y volviéndose más escarpado, pedregoso a ratos, complicado en algunos tramos, vertiginoso pero con unas vistas de ensueño. Es el arte del disfrutar al caminar. Los gomeros saben bien de caminar por barrancos, aunque ellos lo hacían por necesidad, nosotros ahora por placer.
Tacalcuse se resiste a aparecer pero por fin se deja ver cuando estás casi debajo de ella. La ubicación ya te deja asombrado. Una pared de roca volcánica con numerosas oquedades y bajo ella esta singular aldea. Bien resguardada de los vientos. Una edificación caída, una primera casa sin tejado, un horno con dos bocas y de fondo la casa que parece salida de un cuento. ¡Cuanta belleza en un espacio tan pequeño! Todo permanece inmóvil al paso del tiempo. Pilas talladas en la piedra para beber los animales. Sencillas estancias interiores con algo de mobiliario de madera, repisas, alacenas, huellas visibles de gentes que vinieron después. El patio exterior todo enlosado es de una belleza sin igual, por no hablar de las vistas que se tienen, el barranco de Chinguarime en su salida al océano Atlántico. El lugar es para quedarse relajado a contemplar y dejar pasar el tiempo admirando tanta hermosura paisajística. Y eso hago a pesar de que me espera un día largo. Pero no puedo dejar pasar la ocasión de contemplar, meditar y quedarme ensimismado. Tacalcuse habla de las dificultades que tenían los gomeros para salir adelante en un terreno tan complicado. Pero a tenacidad no les ganaba nadie. Era la adaptación al medio, la simbiosis entre personas y naturaleza. En una isla tan montañosa como La Gomera no quedaba otra opción que adaptarse a la dura supervivencia diaria. Y las gentes de Tacalcuse lo hicieron hasta que no les quedó otra tesitura que marchar. El progreso no iba a llegar por allí nunca.
La visita a Tacalcuse va tocando a su fin. Es una calle pequeña y son dos casas y aunque hay mucho para observar y contemplar el tiempo no da para más porque hay que seguir haciendo camino. Una última visión a este espacio conmovedor a la vez que fascinante. Nueva contemplación de la casa al abrigo de la pared rocosa y despedida del lugar. Me voy embelesado. Cojo el sendero que me llevara a Seima.
Tacalcuse, ¡que nombre más bonito! suena a reminiscencias guanches.


El aéreo y vertiginoso sendero de Jerduñe a Tacalcuse sobre el barranco de Chinguarime.
"En cierta ocasión volviendo de Contreras, donde teníamos el ganado, se nos despeñó un burro por aquí en Chinguarime con toda la carga de leche". RAMONA DARIAS.



A punto de llegar a Tacalcuse. Ya se vislumbra parte del caserío bajo las oquedades de la pared rocosa.



Entrando en Tacalcuse.




La última casa que se cerró en Tacalcuse. El matrimonio formado por Manuel Mendoza y Colorina (nacida en Morales) fueron los últimos que la habitaron. Tuvieron siete hijos. Ellos emigraron primero a Tenerife y posteriormente se llevaron a los padres.



La otra casa de Tacalcuse. Los últimos que vivieron en ella fue el matrimonio formado por Alberto Mendoza y Antonia (nacida en Morales). Alberto y Manuel eran hermanos. Tuvieron seis hijos. Al igual que la familia de Manuel acabaron marchando para Tenerife llevándose a los padres.



A la derecha puerta principal de acceso a la vivienda y de frente haciendo ángulo con la casa tenían una caseta donde guardaban el molinillo casero, herramientas y utensilios.
En el rincón junto a la puerta, una pila de roca sobre un pedestal.
"Tenía una tapa de madera forrada con plástico y servía para beber agua las personas. Se conservaba bien fresca.
Una vez al año venía un cura desde San Sebastián y bautizaba en esta pila a todos los niños de Tacalcuse, Morales, Contreras y los diversos caseríos esparcidos por la lomada de Seima". RAMONA DARIAS.



Patio de la casa de Alberto. Los gomeros en el mundo rural hacían mucho la vida en el exterior de las casas.



Pilas de diferentes tamaños labradas en piedra que servían para beber los animales.



Bancos de piedra, palma, chumbera, barranco de Chinguarime, océano Atlántico. Vistas inigualables.



Horno tallado en la pared rocosa con dos boqueras. Se hacía el pan de gofio, se elaboraban mantecados, se asaban piñas de millo (maíz),



La fuente de Tacalcuse.




Paredones y bancales de cereal en las cercanías de Tacalcuse.



Vista desde las cercanías de Tacalcuse. Cabecera del barranco de Chinguarime y pueblo de Jerduñe colgado en la ladera.
"Cuando volvíamos de encerrar el ganado en Contreras, como era de noche, mi madre hacía un silbido muy característico desde nuestra casa de Jerduñe y si nosotros lo escuchábamos le devolvíamos otro silbido parecido para avisarla de que ya nos quedaba poco para llegar". RAMONA DARIAS.



Escuela de Jerduñe. A ella venían los niños de Tacalcuse. "Seríamos unos treinta en total, de Tacalcuse venían nueve (tres niñas y seis niños). Las últimas maestras fueron Elvira y posteriormente su hija María Esther. Ellas venían desde la Villa (San Sebastián). Solo se daba clase por la mañana puesto que por la tarde estas maestras daban clase por la tarde en la escuela de Vegaipala". RAMONA DARIAS.