
Ubicada en un terreno escarpado en la ladera del barranco de Las Morcillas a 1570 metros de altitud.
Llegó a contar con una cincuentena de viviendas que se encontraban diseminadas en varias agrupaciones de casas en una longitud de un kilómetro doscientos metros de un extremo a otro. Dos son los núcleos principales: Las Morcillas de Arriba y Las Morcillas de Abajo. El resto son núcleos de pequeño tamaño.
Casi tres horas tenían caminando a Bacares, su cabecera municipal y cuatro a Serón, lo que da una idea del aislamiento y malas comunicaciones que tenían. Alrededor de una hora y media tardaban en llegar a las minas de hierro de Las Menas, lugar a donde iban a trabajar varios de sus vecinos.
Muy crudos eran los inviernos por estas latitudes con abundantes nevadas que dejaban la aldea totalmente incomunicada durante varios días. Leña de carrasca y de álamo era lo que utilizaban para calentar la lumbre de los hogares.
No conocieron nunca la luz eléctrica en las casas. Los candiles de petróleo y los matojos de boja eran sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a quince minutos del pueblo.
Las mujeres bajaban a lavar al barranco.
Sus tierras cultivables estaban sembradas de trigo, centeno y habichuelas principalmente. Había molino en Las Morcillas para moler el grano. En Las Morcillas de Arriba había un horno comunal y en la de Abajo había varias casas que tenían horno.
Las ovejas y las cabras conformaban la ganadería de la aldea. En invierno se hacia trashumancia y se llevaba el ganado a tierra más llana, por la zona de Tabernas. Venían marchantes de Tíjola, Tabernas, Gérgal y Bacares a comprar los corderos y los cabritos.
Era costumbre matar un par de cerdos al año por término medio en cada casa en temporada de matanza.
El conejo y la perdiz una vez cazados por los aficionados a la caza aportaba una variante en la gastronomía casera.
A la cortijada de Las Lomas en el término municipal de Serón se desplazaban para los oficios religiosos. Trayecto en el que empleaban dos horas para llegar.
Había escuela en Las Morcillas de Arriba. Doña Nati fue la maestra que ejerció enseñanza durante bastantes años. Alrededor de una veintena de niños se juntaban en el aula. Venían también los de la aldea de Los Carrascos y de otros cortijos dispersos.
El médico residía en Bacares aunque ya tenía que ser un caso de extrema gravedad para que se desplazara a Las Morcillas a visitar a algún enfermo.
No había servicio de cartería y cualquier vecino que iba a Bacares llevaba o traía la correspondencia.
En casa de Juan Pellana y Leonor había una taberna- tienda donde se podía comprar lo más básico.
"Vendían vino a los mineros que iban de paso de Las Menas a sus lugares de residencia y que paraban allí a echar un trago y también acudían a la taberna gentes del pueblo que se juntaban allí para arreglar un trato". ANTONIO MARTÍNEZ.
Se desplazaban a Bacares o Serón para realizar compras.
"Un sábado fui con mi madre a Tíjola que era día de mercado. Fuimos con la mula para comprar aceite y otros productos. Teníamos cuatro horas de camino. Salimos antes de que amaneciera y llegamos a Las Morcillas cuando ya había anochecido". ANTONIO MARTÍNEZ.
Por Las Morcillas aparecían vendedores ambulantes de Serón y de Gérgal ofreciendo su mercancía, desde productos alimenticios hasta telas y paños.
"Recuerdo a Rafael, un vendedor ambulante que venía con una mula desde Tabernas vendiendo ropa. A la semana siguiente volvía a hacer el desplazamiento hasta Las Morcillas pero en esta ocasión vendiendo pescado, en ocasiones lo intercambiaba por habichuelas". ANTONIO MARTÍNEZ.
Las Morcillas salía de su rutina habitual de una vida austera y sacrificada cuando llegaba el día de la fiesta.
"Dos días duraban. La víspera se hacia un castillo de fuegos artificiales. El día de la fiesta se hacían representaciones de moros y cristianos, la gente se disfrazaba de uno o de otro. Venía gente de Los Carrascos, de El Conde, de El Cortijuelo, de Los Sapos y de todos los cortijos del contorno. Se hacia baile en una era amenizado por los músicos de Bacares con Eduardillo a la cabeza. En cada casa se mataba un cordero o un conejo o unos pollos". ANTONIO MARTÍNEZ.
Se hacía baile cortijero los domingos con música de guitarra y bandurria.
"La primera gramola que hubo en Las Morcillas la tuvo mi padre. Se la trajeron de Granada y tuvo que ir a Serón con una caballería a por ella".
ANTONIO MARTÍNEZ.
En un lugar donde estaban lejos de todo y cerca de nada, donde estaban faltos de todo tipo de servicios básicos, donde el terreno era muy abrupto para la agricultura y donde el progreso no aparecía para nada, la emigración tenía que llegar por fuerza.
En los años 60 y 70 se produjo la gran dispersión de las gentes de Las Morcillas. Serón y diversos puntos de Cataluña fueron los principales destinos elegidos para iniciar una nueva etapa en sus vidas.
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Informante: Antonio Martínez, nacido en Las Morcillas (Conversación personal mantenida en su casa de Bacares).
Visita realizada en noviembre de 2024.
Punto y aparte. Tenía ganas de conocer esta recóndita aldea bacareña. No es que hubiera mucha información en internet sobre ella pero lo poco que había podido ver me llamaba la atención y lo apunté en mi lista de futuribles a visitar. Es en este otoño de 2024 cuando recorriendo por unos días la sierra de Los Filabres puedo conocer esta aldea de sugerente nombre. Por la mañana he estado visitando el poblado minero de Las Menas y posteriormente la aldea de Los Carrascos encaramada por encima del barranco de Las Morcillas. Estando en esta aldea veo abajo el molino de Las Morcillas, así que pienso en atajar camino para llegar antes y en vez de ir por el camino normal que me llevaría hasta la aldea dando un buen rodeo decido bajar en vertical por el abrupto terreno que me dejará a los pies del barranco. La idea es ganar tiempo. No hay sendero marcado, hay que ir atrochando como si fuera una cabra montés, en algunos tramos es bastante complicado seguir descendiendo, una vez que estoy a mitad de trayecto ya dudo de que vaya a poder llegar abajo, pero es que también subir sería bastante complicado, así que decido seguir bajando, yendo en zig zag, saltando y brincando, abriendo camino entre matorral bajo consigo ir haciendo el descenso lentamente, cada vez veo el molino más cercano. Ya me queda poco y pienso que sería un fastidio después de estar cerca no encontrar la manera de bajar al barranco, pero por suerte lo consigo. Cuando llego abajo y miro hacia arriba viendo Los Carrascos enriscado en la loma resoplo y contemplando el terreno que he tenido que sortear pienso en la imprudencia que he cometido de aventurarme a descender sin un sendero acondicionado y que habría sido mejor ir por el camino. Pero bueno la meta ya esta conseguida y todo queda en una anécdota que recordaré durante bastante tiempo: el descenso en vertical por terreno escarpado desde Los Carrascos al molino de Las Morcillas y el comienzo del barranco.
El edificio molinar está en ruina, no se puede acceder al interior. Apenas unos muros en pie y la boca del cárcavo dejándose ver a duras penas. A unos metros el edificio que albergaba las caballerías que venían a traer los sacos de grano también es pura ruina. En esta pequeña explanada decido hacer la comida campestre y dar cuenta de mis vituallas: bocadillo, bebida y fruta. Lo devoro con rapidez porque tengo hambre y porque quiero disponer del mayor tiempo posible para ver Las Morcillas. Los días son muy cortos en esta época del año y no sé todavía las dificultades que me voy a encontrar.
Empiezo a caminar junto al barranco por un camino que ya no es tal. Voy por el lado izquierdo pero la aldea está en el lado derecho así que en algún momento tendrá el sendero que cambiar al otro lado del cauce. Diviso una pequeña cortijada colgada de la ladera, creo que se llama Los Tordos. Sigo caminando pero no veo ningún sitio por el que pasar al otro lado. La vegetación luce sus mejores galas con los colores del otoño, ese colorido que solo esta estación puede producir. Sigo caminando por un terreno sin un camino marcado y que se va alejando del lecho del río, ya diviso Las Morcillas de Arriba encaramada en la abrupta ladera. Le saco unas cuantas fotografías desde aquí, pero voy intuyendo que algo no va bien, decido retroceder y por este lado si consigo dar con el paso sobre el barranco que me pone ya en la dirección correcta.
Por aquí consigo subir a otro pequeño núcleo de casas en estado ruinoso pero no veo la forma de llegar a la cortijada principal de Las Morcillas que intuyo que no está muy lejos. Bajo otra vez al barranco pero no veo un sendero que me lleve hasta Las Morcillas de Arriba pese a estar a sus pies. Buscando y cavilando que es mejor decido seguir caminando hacía la otra cortijada principal de Las Morcillas que se ve al fondo. Dejo esta visita a Las Morcillas de Arriba para la vuelta. En cuestión de diez minutos llego sin perdida hasta Las Morcillas de Abajo, el lugar es precioso, solitario, abrupto, pintoresco, la arquitectura típica de la sierra de Los Filabres bien presente en sus construcciones. Me adentro por su calle principal, edificaciones en muy mal estado, la mayoría sin tejado. El caserío es de una rusticidad impresionante. Se puede acceder al interior de alguna casa pero siempre con mucha precaución. Las sencillas estancias que componían las casas se muestran desnudas de todo mobiliario. Continuo transitando por el vial principal. Aparece alguna boca de horno por un lado, se deja ver alguna alacena por otro, ventanas, ventanucos, accesos a las viviendas sin puerta, algún tejado de pizarra todavía se mantiene y también el suelo de la calle está "alfombrado" de estas losas pizarrosas que algún día formaron parte de los tejados de las edificaciones. Subo a la parte más alta de la aldea y contemplo una deliciosa era de trillar y toda la cortijada a mis pies. Desde aquí observo como hay pocas edificaciones con tejado, las demás ya son un "esqueleto" de lo que fueron. El momento es para contemplar, una serena belleza con la aldea agarrada a la ladera y el precioso colorido de la vegetación del barranco merece la pena dedicar unos minutos a su visión.
Bajo otra vez para la parte central. El silencio es apabullante. Por no hablar de la soledad que allí se siente ¡que lejos estoy de todo! Me siento muy a gusto, disfrutando con lo que veo, pero a la vez muy triste por ver el estado de decadencia y agonía de una aldea que tuvo que ser tremendamente bonita cuando estuviera en su esplendor.
Salvo un minúsculo barranquejo y me dirijo a ver las dos viviendas que hay en la parte más oriental de Las Morcillas, muy fotogénicas y se puede decir que las mejor conservadas de toda la cortijada, ambas acompañadas de diferentes edificaciones auxiliares. Desde aquí contemplo el núcleo principal de Las Morcillas de Abajo agarrado al perfil del terreno en un marco pedregoso. Ensimismado me encuentro en esta contemplación y pensando en lo dura que tuvo que ser la vida en estos parajes. Terreno áspero, malas comunicaciones y lejos de todo. Una vez más mi admiración por las gentes que supieron salir adelante en estos lugares sin comodidades y con muchos inconvenientes en contra. Es de admirar y valorar a los nativos de Las Morcillas así como entender porque se fueron. Estando in situ sobre el terreno se puede llegar a comprender fácilmente.
La tarde se va echando encima y me queda todavía intentar "coronar" el acceso a la otra barriada de Las Morcillas. Vuelvo a pasar por la calle principal, observando, contemplando y fotografiando. El lugar es muy hermoso aún en el estado que se encuentra. El tímido sol que apenas apareció durante la tarde ya terminó su jornada laboral y el preludio de la noche no tardará en aparecer. No encuentro la senda que comunicaría los dos barrios de Las Morcillas así que decido desandar el camino y bajar al barranco. Me planto nuevamente a los pies de Las Morcillas de Arriba pero sigo sin encontrar la manera de subir. El tiempo ya juega en mi contra, así que hago algún intento pero desisto, no me va a dar tiempo a verlo en condiciones y tengo más de una hora de caminar hasta donde he dejado el coche. Si hubiera tenido más tiempo habría encontrado la manera de subir a Las Morcillas de Arriba. Por mi tozudez habría dado con el sendero o bien atrochando cuesta arriba lo habría conseguido. Era para haber venido desde por la mañana temprano. Los días tienen la duración que tienen en esta época del año y no da para más. Así que me conformo con haber visto esta otra cortijada desde abajo. Me voy barranco adelante hasta llegar al molino, contemplo una vez más el abrupto terreno por donde hice la temerosa bajada unas horas antes y ya enfilo el camino bien marcado que me llevara hasta el Prado del Conde donde tengo el vehículo.


"Mi padre lo llevó en arriendo durante tres años. Había que darle alguna fanega de trigo al dueño". ANTONIO MARTÍNEZ.

Camino junto al barranco.


Las Morcillas de Arriba. Vista parcial.

Las Morcillas de Arriba. Vista parcial.


Las Morcillas de Arriba. Vivienda.

Llegando a Las Morcillas de Abajo.

Entrando a Las Morcillas de Abajo. Calle principal.

Vivienda.

Calle principal.








Calle principal.

Vivienda.


Era de trillar.
Un lugar impresionante. La era es deliciosa. Muy dura debió ser la vida , a esa altura y tan lejos de todo. Cuesta imaginar un pueblo abandonado más aislado que éste. Impresiona el mimetismo de las casa sobre el aspero terreno. Más parece un pueblo del Pirineo o incluso de los pueblos negros de Guadalajara, con sus muros de piedra y los tejados de pizarra. Aprovecharon lo que había en el terreno, hasta seguramente las vigas de madera. Sólo debieron de traer yeso o cal y algunos ladrillos. Lástima que no aprovecharas el dia, pero es lo que tiene esta epoca del año. Me paso algo parecido cuando quise visitar Tragó de Noguera. No pude acceder por el pantano, que estaba lleno y no encontre el camino desde el cementerio y el día se me escapaba. Pero volveré. Un abrazo.
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