El Castil (Jaén)

Aldea de Torredelcampo situada en un promontorio rocoso en las ondulaciones de la campiña olivarera de Jaén. Situada a 410 metros de altura, alrededor de una docena de casas conformaron la población.
También denominado El Castil de la Peña, es un lugar con siglos de historia pues entre sus ruinas apenas sobreviven los restos de lo que fue un día el castillo de El Castil. Solamente algún muro subsiste de la primitiva edificación. No han llegado hasta nuestros días imágenes de como era antaño. Fue modificado y convertido en diversas viviendas aprovechando su ubicación sobre el peñasco. A su vera con el paso de los años fueron desarrollándose el resto de cortijos del lugar alineados todos en una sola calle. Estas viviendas eran de varios propietarios de Torredelcampo y Jaén que las tenían arrendadas.
Nunca conocieron la luz eléctrica en las casas. Los candiles de aceite y posteriormente los de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para abastecerse de agua para consumo y lavar la ropa tenían que desplazarse hasta el pilar de La Muña, cortijada situada a un kilómetro y medio.
La climatología en invierno no era muy severa, aún así una nevada al año solía dejarse ver aunque de corta duración. Tenían leña de olivo para calentar la lumbre de los hogares.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y las plantaciones de olivos. Había una almazara para moler la aceituna en el cercano cortijo de El Castil Nuevo.
Las ovejas conformaban el aporte ganadero a la aldea. Los corderos se llevaban a vender a Villardompardo. Algún vecino se desplazaba hasta la capital para asistir a la feria de ganado de San Lucas de mucha raigambre en la comarca.
Perdices y conejos aunque no de manera muy abundante suponían un reclamo para los aficionados a la caza.

Para los oficios religiosos tenían que desplazarse hasta El Berrueco a cinco kilómetros de distancia.
Al mismo pueblo se desplazaban los niños en edad escolar para recibir enseñanza en la escuela que había allí. Algún niño si tenía familia en Torredelcampo se quedaba en el pueblo durante la semana para asistir allí a la escuela y los fines de semana volvía para El Castil.
En cuestiones sanitarias era el enfermo el que tenía que buscarse la manera de desplazarse a Torredelcampo, Torredonjimeno o Jaén para ser asistidos por los médicos residentes en estas poblaciones.
No había servicio de cartero que llevara la correspondencia hasta la cortijada y por esa manera cualquier vecino que fuera a Torredelcampo se llevaba o traía las cartas.

Carecían de cualquier tipo de fiesta patronal por lo que los más fiesteros se desplazaban a Torredelcampo a las fiestas de Santa Ana o a El Berrueco para San Antón.
Las gentes se acercaban en Semana Santa hasta el cercano caserío de La Muña donde era costumbre por esas fechas de sacar el trono (procesión).
Los jóvenes con ganas de buscar un rato de ocio y diversión se desplazaban hasta Torredelcampo, Torredonjimeno o Villardompardo, o bien hasta El Berrueco donde algunos domingos se hacían bailes cortijeros.

Para hacer compras aprovechaban los desplazamientos a Torredelcampo o Villardompardo para abastecerse de productos de primera necesidad que no tenían en la aldea.
Por El Castil aparecían vendedores ambulantes (de Jaén capital la mayoría) con burros y mulas ofreciendo variada mercancía: desde telas a todo tipo de alimentos como era fruta, quesos, miel, azúcar, etc.
Los panaderos de El Berrueco venían con mulas vendiendo el pan.
El futuro de El Castil estaba echado y aunque su despoblación definitiva se demoró en el tiempo poco a poco sus gentes fueron marchándose. Todo quedaba muy lejos, el progreso no llegaba, no había servicios básicos, no eran propietarios... demasiados factores en contra para seguir subsistiendo en el lugar. Aún así hasta bien entrados los años 70 hubo gente residiendo en la cortijada.
Torredelcampo y Jaén acogieron a la practica totalidad de gentes que residieron en la última etapa de vida en El Castil. A partir de aquí se siguieron usando algunas viviendas para apoyo a las tareas agrícolas pero el cruel y miserable expolio no iba a dejar pasar la ocasión de ensañarse en un lugar vacío, deshabitado.

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Informante: Antigua vecina de La Muña (Conversación mantenida por vía telefónica a través de su nieta).

Visita realizada en noviembre de 2024.

Punto y aparte. Que lástima que un lugar tan bonito, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y enclavado en la ruta arqueológica de los Torreones de la Campiña jienense solo haya suscitado interés en los aficionados a lo paranormal (psicofonías, ruidos, apariciones, etc que supuestamente se han dado en esta aldea). En Google hay unas cuantas páginas y videos dedicadas a estudiar y analizar estos fenómenos misteriosos pero no hay nada dedicado a ensalzar la belleza de un caserío que languidece entre la indiferencia y el olvido. Solo algún historiador se ha preocupado de escribir como era la vida en este lugar en tiempos medievales pero ni una reseña de como era la vida en el siglo XX.
Mi punto de comienzo debía haber empezado en la pintoresca calle Cerón de la agradable y acogedora capital jienense, lugar de referencia del tapeo de la ciudad. Allí había quedado con un informante que tiempo atrás me había hablado de este lugar por descender por parte paterna de allí. El contacto siempre fue por correo electrónico y ya habíamos concertado la cita para la hora del vermut y tomarnos un Rossini en La Barra y después desplazarnos a El Castil pero... dicha persona no apareció a la hora prevista ni más tarde tampoco. Aunque yo si le había dado mi teléfono el no hizo lo mismo con el suyo por lo que no tenía adonde llamar. Esperé que él si lo hiciera para justificar su ausencia pero no hubo señal. Le escribí un correo por si acaso pero tampoco. Había fallado por algún motivo así que después de un tiempo de espera prudencial y después de una frugal comida me encamino hasta esta aldea perdida de Torredelcampo. No es fácil llegar hasta ella porque no hay indicación ninguna aunque si llega el asfalto hasta sus muros.
Desde lejos ya se ve el lugar entre una inmensidad de olivos ofreciendo una imagen extremadamente hermosa. Un pequeño caserío agrupado sobre un montículo del terreno. Quedo maravillado de la vista panorámica de El Castil. En pocos minutos me planto ante sus edificaciones. Te atrapa su belleza, un grupo de casas en hilera en terreno llano que se va empinando suavemente y otro pequeño grupo de casas sobre el peñasco donde se ubicó el castillo o la Torre y de la que nada queda apenas. La soledad es manifiesta, el silencio patente, pese a estar la carretera al lado ningún vehículo de motor romperá el sosiego que allí se da en ese momento. Contemplo la calle de abajo a arriba. Algunas casas en relativo buen estado, otras ya hundidas y solo con la fachada principal presente, un cortijo al que todavía se puede acceder a su interior (con precaución) da muestra de la grandeza que tuvo tiempo atrás. Y al final de la calle las casas que están situadas a más altura en el lado izquierdo sobre el rellano rocoso imponen su autoridad visual. Una enorme vivienda muestra su predominante fachada lateral con buen número de balcones y ventanas. Llego hasta la parte de arriba, diviso en lontananza una enorme e inmensa mole de olivos, todo el terreno esta surcado de olivares. Ahora se han plantado de manera masiva, antaño no tenían todo el protagonismo del terreno, el cereal tenía su sitio. Pero la vista es bonita. Contemplo. Las casas que están encumbradas en el terreno rocoso están en aparente buen estado. Puedo entrar al interior de una de ellas que también da muestra de la importancia que tuvo la vivienda en tiempos pasados. Bastantes estancias se reparten por las tres plantas, pero no faltan las abominables pintadas y grafitis haciendo alusiones a frases macabras y satánicas. Por una de las ventanas contemplo la hilera de casas situadas en el llano, observo su mal estado interior y que salvo una o dos las demás ya no mantienen el tejado. El lugar sobrecoge y más cuando la tarde ya está llegando a su fin. Salgo al exterior nuevamente y me dispongo a bajar por la calle que minutos antes la había hecho de subida. Algún cobertizo todavía mantiene el tipo. Voy a ver las casas por su parte trasera, los olivos llegan hasta los mismos muros. La imagen por aquí no es tan atractiva. Las fachadas traseras están más deterioradas. Salgo otra vez a la calle principal. Los días son muy cortos en esta época del año, el sol ya se ha ocultado y en cuestión de minutos el pueblo se sumergirá en la penumbra del anochecer. Aún así me voy al otro extremo para ver la imagen de la cortijada desde allí. Contemplo. La visita toca a su fin, el preludio de la noche esta encima. Un kilómetro más adelante paro el coche y le hago la última foto al lugar con la semi oscuridad ya presente.
La persona que me iba a haber acompañado a conocer la cortijada (del que no he vuelto a tener noticias nunca más) me manifestaba en diversos correos que estaba cansado de que solo se hablara de El Castil en internet por la supuestas e infundadas apariciones y ruidos misteriosos y no se hablara nada sobre la vida cotidiana de El Castil, que era un lugar como tantos otros repartidos por toda la geografía española que llevaron una vida dura y austera y que se fueron porque ya no era posible seguir viviendo allí por las precarias condiciones que tenían. Y no puedo por menos que darle la razón. Reconozco que el lugar impone y más cuando la noche ya está a punto de empezar su jornada laboral pero creo que cada uno oye lo que quiere oír, la sugestión juega un papel muy importante en estos sitios y no seré yo el que desmonte estos fundamentos pero yo me quedo con El Castil hermoso, fotogénico, el que es bonito desde lejos y desde cerca, el que languidece, el que transmite a través de sus piedras que la vida no fue fácil en este lugar, tan lejos de todo y tan cerca de nada.
EL CASTIL ¡¡que hermosura de lugar!!


Vista panorámica lejana de El Castil. Se divisa al fondo la cortijada de La Muña a la izquierda de la imagen.



Otra visión de la cortijada de El Castil, por su lado norte.



Una nueva imagen de la aldea vista por su lado sur. Se observa su trazado urbano con el grupo de casas alienadas en el lado derecho de la calle y en el lado izquierdo las que están ubicadas sobre la peña.



Entrando a El Castil. Alineación horizontal de las casas en la calle.



Viviendas. De color blanco el cortijo de San Bartolomé. Panel en azulejos con la imagen del santo en la fachada. Era propiedad de la familia Malo de Molina.



Las casas ubicadas sobre el peñón rocoso. Aquí están los escasos restos del castillo que dio nombre a la población.



Calle principal de la cortijada.




Hacia mitad de calle.




Dominante fachada sobre el resto de la población.




Fachadas delanteras de las casas ubicadas sobre la peña.



La tarde esta a punto de expirar. Fachada al norte. Territorio olivarero.



Vista "aérea" de las casas ubicadas en el llano. La peña de Martos asomando al fondo.



La calle principal en sentido descendente.




Fachadas traseras de algunas casas. Varias de ellas tenían un patio adosado por este lado.



El preludio del anochecer está sobre El Castil. En pocos minutos la oscuridad será la dueña y señora del lugar.

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