El Vallejo (Soria)

En una meseta con suave inclinación por encima del barranco de La Nava se sitúa el pueblo de El Vallejo en la comarca de Tierras Altas. Perteneció al ayuntamiento de Sarnago y posteriormente al de San Pedro Manrique. Alrededor de una quincena de casas dieron vida al pueblo en el siglo XX. Poco antes de llegar a los años 50 su población rondaba las sesenta personas.
Sus 1050 metros de altitud ya daban una idea de que los inviernos eran rigurosos en esta zona. Nevadas copiosas durante el invierno. Pese a ello contaban con poco arbolado en su término municipal. Algo de leña de carrasca y aliagas y estepa eran la base para la combustión de la lumbre en los hogares.
Tuvieron luz eléctrica en las casas desde los años 50.

"Me sentía fascinada con la luz, a toda hora encendiendo y apagando el interruptor. Le preguntaba a mi padre que por donde llegaba la luz, que como era posible que dando a una llave se pudiera iluminar la casa. Sin embargo mi abuela era más incrédula y le decía a su nuera (mi madre): hija mía no guardes esas cosas (los candiles) que este invento de la luz no va a durar mucho y los vamos a tener que volver a utilizar". CONCHI LASANTA.

Para consumo de agua tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
Había un horno comunal para elaborar el pan.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada, avena y centeno. Iban a moler el grano a los molinos que había en el curso del río Linares entre San Pedro Manrique y Vea.
Las ovejas y las cabras conformaban el volumen ganadero. Se sacaban todas juntas y por turno rotatorio cada semana iba un vecino de pastor según el número de cabezas que tuviera.

"No me gustaba ir con las ovejas y me daba miedo. Una vez que lleve yo a pastar las que teníamos nosotros las dejé solas y me vine para casa ante la sorpresa de mi padre que salió corriendo a buscarlas. Gracias al perro que teníamos que las tuvo controladas y no las dejó meterse en los huertos". CONCHI LASANTA.

Los corderos y los lechones se llevaban a vender al mercado de San Pedro.
Era costumbre matar un cerdo en cada casa en la época de matanza, en alguna casa sacrificaban dos porcinos.
En invierno que escaseaba el trabajo los hombres iban a trabajar a la azucarera de Pamplona, a la remolacha a Vitoria, a la vendimia a Marchante o a los trujales a Cascante y con ello complementaban un poco la economía familiar.
"Mi padre y mi tío iban al esquileo con tijera en la época de ello por Matasejún y otros pueblos del contorno". CONCHI LASANTA.

Barranco de La Nava
Cigüentes
Costrarales
Costucela
El Cabezo
El Cerrillo
El Reajo
El Pradillo
El Ribazo Gordo
El Romeral
La Corona
La Covacha
La Escaleruela
La Paliza
La Solana
La Umbria
Las Peñas
Larrañada
Manserrada
Roza Nueva

**Son algunos topónimos de lugares comunes de El Vallejo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


El cura venía a dar misa desde Fuentes de Magaña o de Cerbón. Lo hacía con una frecuencia de quince días, tres semanas o un mes. Don Abel fue uno de los últimos.

"El cura no quería que las gentes trabajaran los domingos. Pretendía que lleváramos el velo en la cabeza para ir a misa. Las niñas y las mozas no queríamos confesarnos.
Mi madre y mi tía me hicieron el vestido de la primera comunión, sin embargo algunas familias iban a Soria a comprarlo. Después de la ceremonia hacíamos una comida familiar en casa, se mataba un conejo, unos pollos y se hacía zurracapote". CONCHI LASANTA.


La tía Romualda hacía las funciones de doula y ayudaba en los partos.
El médico venía en casos graves desde San Pedro Manrique a visitar al enfermo.
"Una vez mi hermano se enfermó de apendicitis y tuvieron que hacer unas parihuelas y entre varios vecinos llevarlo hasta Las Fuesas y luego cuesta arriba hasta la carretera de Valdeprado para que lo pudiera recoger un coche y llevarlo a Soria". CONCHI LASANTA.

El cartero venía desde Sarnago a repartir la correspondencia.
Iban los lunes a San Pedro Manrique que era día de mercado. Aprovechaban para vender animales de granja, huevos y algunos productos agrícolas y de paso comprar productos de primera necesidad que no tenían en el pueblo.

Celebraban sus fiestas patronales los días 11, 12 y 13 de septiembre en honor a San Esteban, su patrón. Se hacía misa, procesión, se subastaban rosquillas bendecidas que estaban expuestas en un altar en la plaza. Asistían a la fiesta familiares venidos de fuera y la gente joven de Valdelavilla, Castillejo de San Pedro, Las Fuesas y Sarnago. En las casas se mataba un cordero, pollo, conejo, se degustaban rosquillas y galletas de postre. Las gentes se "peleaban" en el buen sentido por llevarse a comer a los forasteros a sus casas.
El baile se hacía en la plaza amenizado por los músicos de San Pedro y otros años eran los Patos de Cornago (La Rioja).

La vida transcurría con mucha precariedad pero con buena armonía entre sus gentes. Los hombres se lo pasaban ocupados con los animales, el campo, la leña... y las mujeres con las obligaciones de la casa, de lavar la ropa, de atender los animales domésticos... Tareas que muchas veces requerían del apoyo de los niños en cada casa. Aún así en los pocos ratos libres que había las niñas jugaban a rayuela o a la comba, los niños a pelota o a explorar a ver lo que se encontraban, se hacía alguna merienda, las mujeres se sentaban a coser o charlar a las puertas de casa en las tardes de verano y los abuelos buscaban el carasol en las zonas cercanas a la iglesia donde comentaban las incidencias del día.
"Yo me juntaba con mis amigas Juani y Merche. Estábamos siempre juntas, con cualquier cosa nos entreteníamos, luego ya cuando atardecía nos decían nuestras madres que fuéramos a buscar a los abuelos que estaban por ahí pasando el rato para que no volvieran solos a casa". CONCHI LASANTA.

A últimos de los años 50 y primeros de los 60 ya se veía que la cosa no pintaba bien para seguir viviendo en el pueblo. La vida era muy dura, no había accesos en buenas condiciones, el progreso no llegaba, todo quedaba retirado, se cerró la escuela, la gente quería experimentar otro tipo de vida en las ciudades y el remate llegó con la venta voluntaria/forzosa de las tierras para la repoblación de pinos por parte de Patrimonio Forestal del Estado. Por ello los que aguantaban más tiempo iban comprando las fincas y el ganado de los que marcharon antes para así tener un poco más de patrimonio a la hora de vender.
Varias familias emigraron a Tudela y el resto se repartieron por diversos pueblos de Soria, La Rioja y Navarra.

"Nosotros en un principio nos íbamos a haber ido a San Pedro Manrique pero mi padre dijo que allí no había porvenir y que no quería seguir llevando la misma vida que habíamos llevado en El Vallejo. Se llevó un gran disgusto cuando vendió las ovejas. Mi madre tenía un hermano en Tudela y nos animó. Mi hermano un año que bajó a la vendimia a Murchante se acercó a Tudela a ver el panorama que se veía por allí. Vio una casa que le gustó y allí nos establecimos. Eso fue en 1962". CONCHI LASANTA.

El Vallejo se quedó vacío sobre el año 64/65 cuando Nicolasa y su hijo José que estaban más reacios a irse cerraron la puerta de su casa y se fueron a San Pedro Manrique.
A partir de aquí el pueblo se vio envuelto en un manto de soledad y silencio, los pinos fueron ganando terreno y el expolio en las edificaciones campó a sus anchas.

"Cuando pasaron unos años mi novio y yo trajimos a mis padres a El Vallejo. Mi padre estaba muy feliz ese día por haber vuelto a su pueblo a pesar de la lógica amargura por ver el pueblo vacío. Todavía se encontraba bastante entero. Aprovechamos y nos llevamos un saco lleno de nueces". CONCHI LASANTA.

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Informante: Conchi Lasanta, antigua vecina de El Vallejo en el cual vivió hasta los 13 años. (Conversación personal mantenida en un encuentro en El Vallejo y en posteriores contactos por vía telefónica y por whatsapp).

Visitas realizadas en junio de 1994, mayo de 2019, agosto de 2022 y septiembre de 2023.

Punto y aparte. Treinta años hace de mi primera visita a este despoblado de El Vallejo. Si en Valdelavilla ese mismo día no pude entrar en su entramado urbano por la apabullante vegetación que se había apoderado de las calles del pueblo, en El Vallejo no tuve mucha mejor suerte. Apenas si pude llegar a duras penas hasta el entorno de la iglesia después de haberme llevado unos cuantos enganchones de ropa y arañazos con la maleza. Adentrarme en el interior del pueblo fue tarea imposible. Puedo decir que estuve en El Vallejo pero no lo vi, solo lo pude saborear exteriormente. Pude entrar al interior de la iglesia y poco más.
Veinticinco años después (2019) puedo sacarme la espinita que tenía clavada con este pueblo. Puedo pasear por sus calles y ver lo que años atrás no pude ver. Aunque en esta ocasión la cosa no estaba como para tirar cohetes tampoco. Vegetación silvestre de todo tipo y en algunos sitios bastante alta seguían enseñoreándose del pueblo. En su calle principal apenas un estrecho sendero permitía el paso. Un desvencijado letrero en madera con el nombre del pueblo daba la bienvenida en una de las primeras fachadas. Ante mis ojos se presentaban algunas casas de buena factura, de tres plantas y con su característica piedra de losa. Un notable conjunto de chimeneas asomaban por encima de los tejados. En algunas casas se podía acceder a su interior. A la escuela fue tarea imposible llegar, una barrera vegetal lo impedía. Me dirijo a la iglesia, entera al exterior pero con agujeros en el tejado. Al entrar contemplo escombros, vigas, placas de yeso caídas, listones del suelo levantados, las paredes desconchadas, la marca de donde estuvo la pila de agua bendita, el coro sin barandilla, la parte superior de las andas en un rincón, la puerta del confesionario apoyada en la pared... los años de abandono, olvido y expolio muestran en el interior del recinto eclesiástico su cara más amarga. Salgo al exterior y me encamino a ver la fuente y el lavadero, el transformador un poco más allá y un edificio solitario que no consigo saber que es. Por aquí ya no hay más que ver, vuelvo para el pueblo, intento moverme por la parte baja pero es imposible. Me tengo que limitar a transitar por su calle principal observando fachadas, tejados, detalles simples y con ello dar por finalizada mi visita a este recóndito y olvidado pueblo.
Tres años después en los calores veraniegos del 2022 y aprovechando que me ha sobrado tiempo de otra excursión cercana vuelvo a El Vallejo con la intención de ver lo que no había podido ver la vez anterior: la escuela. No entro por el pueblo sino por la parte baja y aunque costoso después de unos cuantos enganchones con la maleza consigo el objetivo de llegar ante la puerta del centro escolar. No se puede acceder al interior pero aún así me deleito con su contemplación. Bajo nuevamente al camino y me dispongo a hacer una nueva visita al pueblo. Enseguida veo cosas que han cambiado el paisaje y el entorno más cercano. El terreno para aparcar vehículos está allanado, veo un letrero nuevo con el nombre de Proyecto El Vallejo, la calle principal está más transitable, hay un pequeño merendero en la parte baja, una hamaca de árbol, dos bancos de sentarse en la plaza, el interior de una casa está acondicionado como lugar de descanso y entretenimiento, hay zonas limpias de vegetación. El Vallejo ya no es un lugar mustio y olvidado. Después de muchos años de abandono vuelve a tener signos de presencia humana en sus calles. Más tarde me enterare que los dos benefactores que han vuelto a dar dignidad al pueblo son una pareja de Tarazona, Paki y David que se "enamoraron" de la soledad que emanaba el lugar y de manera altruista se pusieron manos a la obra para hacer resurgir el pueblo de sus cenizas. Realizan una quedada ese mismo año con algunos nativos del pueblo y gentes de los pueblos cercanos. En el año 2023 se realiza una segunda quedada y recibo la invitación de David de asistir al evento. Algo más de una veintena de personas nos damos cita allí entre un ambiente muy cordial. Dos o tres personas nacidas en el pueblo y el resto gente de Castillejo, de Sarnago, de Fuentes y de otros pueblos cercanos. Allí conozco personalmente a las personas que han hecho posible que El Vallejo recobre un poco de brillo y luminosidad. Ganas de seguir. Se limpia y desembroza el horno, se adecua el interior de la iglesia, proyectos de futuro, difusión en redes sociales, promesas de hacer nuevos encuentros, el gran sendero de Tierras Altas pasara por el pueblo, pero... algunas cosas seguirán su rumbo y otras se tuercen o no salen como estaba previsto. Pero lo hecho ahí queda, El Vallejo se cayó pero se volvió a levantar y los artífices de semejante logro tienen nombre y apellidos.


Viniendo por el camino de Sarnago surge la estampa lejana de El Vallejo en un claro entre la inmensidad de un mar de pinos.



Las primeras edificaciones que aparecen al entrar al pueblo.



La casa de Facundo y Adelaida. Tuvieron cuatro hijos: Carmen, Lola, Teresa y Martín. Estos dos últimos junto con los padres emigraron a Tudela (Navarra) y las dos chicas restantes se fueron una a Cascante y la otra a Alfaro.



Calle principal. A la izquierda de la imagen con buena altura estaba la casa de la tía Telesfora. Era viuda y vivía con sus dos hijas: Amparo y Enriqueta. Se fueron a Sevilla.
A la derecha de la imagen en un nivel más bajo sobre la calle pero con salida a ella a través de la planta de arriba se situaba la casa de Segundo y Esperanza. Tuvieron cuatro hijos: Hilario, Isabel, Rosario y José Luis. La emigración se llevó a la familia a Tudela (Navarra).



La casa de Martín y Cecilia. Tenía entrada a través de un patio que antecedía a la vivienda. Tuvieron una hija: Merche
"Fue de las primeras casas en cerrarse en El Vallejo. Vivía con ellos la abuela Estefanía. La hija era una de mis amigas de la infancia. Se marcharon a vivir a Calahorra". CONCHI LASANTA.



La casa concejo. Aquí se reunían los vecinos para tratar de los asuntos comunes del pueblo.



Casas ubicadas por encima del nivel de la calle principal. A la izquierda de la imagen la casa de Gonzalo y Gregoria. Tuvieron cuatro hijos: Pilar, Aurelio, Valentín y Manuel. Se marcharon a Autol para en una segunda emigración los hijos repartirse entre Barcelona, Calahorra y Quel.
A la derecha de la imagen la casa de la tía Vicenta. Vivió con una hija: Juliana.
"No recuerdo a donde se fue a vivir Juliana pero si recuerdo mucho a la abuela Vicenta. Su cocina daba al patio de mi casa y hablábamos mucho con ella por aquí. La recuerdo ya muy mayor y vivió bastantes años sola". CONCHI LASANTA".



La plaza del pueblo. Era de traza alargada y estrecha sobre la misma calle, venía desde el concejo, aquí era donde estaba la parte un poco más ancha. Bancos de nuevo diseño, uno en madera y otro en hierro instalados aquí por los "benefactores" de El Vallejo: Pakí y David.



Por debajo del nivel de la plaza se ubica la casa de Ángel y Margarita. Tuvieron tres hijos: Saturnina, Honorio y María. Se fueron a Agreda excepto María que se casó con Baltasar y se quedó a vivir en El Vallejo para posteriormente marcharse a vivir a Cárcar (Navarra).
"Las hijas de Saturnina eran muy amigas mías. Venían todos los veranos a cuidar a los abuelos puesto que la señora Margarita estaba enferma y no podía andar, dependía del marido y de la familia. Era una familia estupenda, los recuerdo con mucho cariño, con mis padres se llevaban muy bien así como con gran parte de las gentes del pueblo. Cuando mis padres se iban a trabajar al campo todo el día nos bajábamos a jugar al patio de esta casa con las hijas de Saturnina. Recuerdo también que yo tenía pavor a las tormentas y cuando venía una me metía en esta casa hasta que llegaban mis padres". CONCHI LASANTA.



Por encima de la plaza en un plano superior se sitúa la casa de Paco y Agustina. Tuvieron cuatro hijos: Encarna, Luisa, Paquita y Goyo. Marcharon a Pamplona.



La casa de Joaquin y Ezequiela. Cuando esta familia se fue a vivir a Villarraso vino a vivir aquí el matrimonio formado por Baltasar (natural de Torretarrancho) y María, los cuales emigrarían posteriormente al pueblo navarro de Cárcar.



Vista "aérea" de la casa de Joaquín y Ezequiela. A la derecha el tejado de la casa de los maestros y por delante la edificación sin tejado la utilizaba Nicolasa y su marido como un pequeño huerto.



La casa de los maestros. No solía ser muy utilizada por los docentes sobre todo si eran chicas jovenes que preferían estar de patrona en alguna casa.
En la planta baja de esta vivienda ponía una pequeña tienda un comerciante de San Pedro Manrique que venía cada quince días y vendía un poco de todo, cosas básicas, desde productos alimenticios a bebidas.



La escuela de El Vallejo. Las maestras no duraban mucho, apenas si estaban un año y se iban en busca de otro destino más favorable.
"Los últimos años de vida del pueblo apenas éramos ya seis o siete niños en el aula. Teníamos que encender la estufa con troncos pequeños de madera para cuando llegara la maestra. De maestras solo me acuerdo de doña Conchita, era natural de Ausejo (La Rioja). Se alojaba a pupila en mi casa. Nos traía chocolate de Soria. Me acompañaba cuando tenía que llevar la comida a mis padres que estaban trabajando en el campo. Cuando cerraron esta escuela a mi hermano Victorino le tocó ir a la escuela de Valdelavilla. Estuvo yendo un par de cursos, tenía once años, iba el solo, cuarenta minutos todos los días andando". CONCHI LASANTA.



La última casa que se cerró en El Vallejo. Nicolasa y su hijo José fueron los que vivieron en ella en su etapa final. Se marcharon a San Pedro Manrique.



Foto cedida por Candido Las Heras.

Horno comunal. Dos o tres familias horneaban a la vez. Aparte del pan se hacían tortas y roscos en fechas señaladas y bollos preñados para los pastores.



La casa de Pablo y Anastasia. Tuvieron tres hijos: Casto Manuel, Gregoria y Pascuala. Los dos primeros siguieron viviendo en El Vallejo una vez que se casaron y Pascuala estuvo viviendo con sus padres hasta que se fue a casar a Aldealcardo con Vicente. Este matrimonio posteriormente emigró a Calahorra.
"Cuando la casa se quedó sin habitar se vinieron a vivir aquí mis tíos Gonzalo y Gregoria porque reunía mejores condiciones que la suya. Nos llevábamos muy bien con mis tíos y mis primos. Me gustaba mucho ir allí porque mi tío tenía una radio de esas antiguas de madera que cada vez que la encendía yo me quedaba embelesada escuchando la voz que salía de su interior sin acertar a entender como podía darse esa situación. Mi madre también se venía mucho aquí y se juntaba con mi tía a coser. Otras veces eran ellos los que venían a nuestra casa".
CONCHI LASANTA.




La casa de Casto Manuel y Ascensión. Tuvieron tres hijos: Román, Conchi y Victorino. Emigraron a Tudela (Navarra). "Lo primero por donde se entraba es al patio. A la derecha estaba la corraliza donde guardábamos los animales y a la izquierda un cubierto para guardar leña, también estaba el conejar y el gallinero y un espacio donde se depositaba la basura que posteriormente se llevaba al campo. En el medio quedaba la entrada al portal, tenía un suelo empedrado muy bonito, había una puerta para la cuadra donde se metía las caballerías, otra puerta que a través de una escalera se accedía a la vivienda con una sala grande que a su vez dividida con cortinas servía para dos alcobas, la cocina, un pasillo y una habitación, otra puerta con escalera por la cual se subía a la planta superior donde se guardaba el grano, los productos de la matanza y donde se amasaba el pan para después llevarlo al horno. En esta planta de arriba había una puerta por la cual se podía salir a la calle". CONCHI LASANTA.



Era de trillar.



La iglesia parroquial de El Vallejo.



Interior del templo. Altar mayor. Huella del retablo. Hornacina. Puerta de la sacristía.



Interior del templo. Puerta de acceso. Huella de donde estuvo ubicada la pila de agua bendita. Suelo conformado por listones de madera. Coro en la parte superior. Por debajo las andas y parte del confesionario.



Corraliza para guardar las ovejas. Era propiedad de Joaquín y Ezequiela.



Lavadero.
"Acompañaba a mi madre cuando venía aquí a lavar. En invierno teníamos que romper el hielo para poder lavar porque el agua se helaba. En aquellos años no se usaba guantes de goma ni nada, así que meter las manos en el agua tan fría era un calvario, llevábamos un cubo con agua caliente de casa para ir metiendo cada poco tiempo las manos, pero el contraste entre el agua caliente y el agua fría era tremendo. Teníamos las manos siempre llenas de sabañones. Luego había que poner a secar la ropa al sol. En verano era lo contrario, bastante calor".
CONCHI LASANTA.




La fuente.
"Aún me duelen los brazos de acarrear cubos de agua desde la fuente hasta la casa. La depositábamos en unas tinajas, en unos baldes grandes y en cántaros para beber nosotros. Unos cuantos viajes nos tocaba echar". CONCHI LASANTA.



Transformador de la luz.




Volviendo al pueblo por el camino de la fuente y el lavadero.

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